EL ESPEJO ENCANTADO
Profe Paco
Había una vez unos niños y niñas de segundo de primaria que decidieron quedarse en el recreo para decorar su clase para Halloween. Estaban muy emocionados: colgaron murciélagos de cartulina, calabazas de papel y un gran cartel que decía "Bienvenidos a la clase del Misterio". Cada uno había contribuido con algo especial para la decoración.
Valeria, quien siempre tenía buenas ideas, había hecho las calabazas de papel; Miguel y Manuel, los mejores amigos y fanáticos de lo sobrenatural, habían colgado telarañas por todo el clase; Daniela, muy creativa, había dibujado murciélagos, y Olivia, que adoraba Halloween, había pegado algunos esqueletos de papel en las ventanas. Antonio y Liam, siempre curiosos, habían hecho letreros de advertencia, diciendo: “¡Cuidado! Hay fantasmas.”
Mientras pegaban las últimas telarañas en las ventanas, una luz parpadeante los asustó: la clase quedó a oscuras. Al principio, pensaron que solo era una broma, pero enseguida notaron algo extraño. En la pizarra, con tiza blanca, alguien había escrito unas palabras que no estaban allí antes:
"Para resolver el misterio y regresar, deben hallar el acertijo en la puerta de más allá."
Los niños se miraron, asustados y curiosos. ¿Qué puerta era esa? ¿Quién había escrito el mensaje?
Valeria, que era la más decidida, fue la primera en hablar.
—Creo que quiere que vayamos al sótano del colegio… he oído que nadie se atreve a entrar allí porque dicen que vive un fantasma —susurró, aunque sus ojos brillaban de emoción.
Daniela tembló un poco y dijo:
—No estoy segura, chicos, esto es muy extraño. ¿Y si de verdad hay un fantasma?
Miguel, el más valiente, sonrió y trató de tranquilizarla.
—Solo es una leyenda. Vamos juntos, y seguro que no hay nada —dijo, aunque en el fondo también estaba un poco nervioso.
Tomando linternas que había en un estante de la clase, los siete amigos bajaron las escaleras del colegio con cuidado. Antonio, que siempre iba primero en las aventuras, lideraba al grupo mientras los demás lo seguían con pasos cautelosos.
Finalmente, llegaron a una gran puerta de madera con cerraduras oxidadas. Olivia, que no podía resistirse a descubrir qué había detrás, fue la que se atrevió a empujar la puerta suavemente. Al abrirla, descubrieron una pequeña sala en penumbra, iluminada apenas por una lámpara de aceite que chisporroteaba. En el centro, había un espejo antiguo, y detrás del espejo, una sombra alta y extraña que parecía mirarlos.
De repente, el espejo mostró una figura encapuchada: tenía los ojos brillantes como luciérnagas y una sonrisa aterradora. La figura levantó una mano esquelética y les dijo con una voz profunda:
—Para volver a la luz y evitar la oscuridad, deben resolver este acertijo o, de lo contrario, quedarán aquí conmigo, en la sala encantada. ¡Escuchen bien!
La figura misteriosa comenzó a decir el acertijo con una voz que retumbaba en toda la habitación:
"Son algo que nunca podrás atrapar,
pero al final de cada día, se suelen alargar.
Siguen a la luz y temen a la oscuridad,
y en las historias de miedo, te pueden asustar"
Los niños y niñas se miraron confundidos, intentando descifrar las palabras. Manuel, que siempre había sido el pensador del grupo, se quedó en silencio unos segundos antes de hablar.
—¿Será un fantasma? Porque no se pueden ver… ¿verdad? —preguntó, aunque su voz temblaba un poco.
—No, no —respondió Antonio, meneando la cabeza—. Dice que aparece todos los días al final del día. Los fantasmas no aparecen todos los días… o eso creo.
Mientras discutían las posibles respuestas, unas criaturas comenzaron a aparecer a su alrededor: primero, una bruja con una nariz torcida y una escoba rota, que lanzó una risa burlona. Después, un esqueleto de huesos chirriantes que avanzaba lentamente hacia ellos, y finalmente, un lobo con ojos amarillos y un pelaje gris, que les lanzó una mirada feroz. Olivia y Daniela, que estaban aterradas, se agarraron de las manos.
—¡Rápido, piensen! —susurró Liam, con la voz temblorosa, mirando las criaturas que los rodeaban.
Daniela, que siempre era observadora, se dio cuenta de que las criaturas parecían flotar en la penumbra, como sombras.
—¡Creo que ya lo sé! —exclamó Daniela, tomando la mano de Valeria para darse valor—. La respuesta es… la sombra.
En ese instante, el espejo se iluminó y las criaturas se detuvieron en seco. La figura encapuchada sonrió con aprobación.
—¡Correcto! La sombra es la respuesta. La sombra nunca se ve de noche, pero siempre vuelve al final del día. ¡Han resuelto el acertijo!
De pronto, las criaturas de Halloween comenzaron a desvanecerse, como si fueran solo humo en el aire. La luz volvió al sótano, y el espejo dejó de reflejar aquella figura espeluznante.
Los niños y niñas, llenos de alivio, subieron corriendo las escaleras, con Valeria y Miguel liderando la carrera, mientras Olivia y Daniela se aseguraban de que nadie se quedara atrás. Cuando finalmente cerraron la puerta del sótano con un fuerte golpe, regresaron al clase y encontraron una nota en la pizarra que decía:
"Han sido valientes, pequeños detectives. Que sus sombras los protejan siempre."
Desde entonces, en Halloween, la clase de segundo de primaria siempre tenía un pequeño espejo en la esquina, como recuerdo de la aventura. Y los siete amigos jamás olvidaron el recreo en que cada uno aportó su valor, su ingenio y su amistad para resolver el misterio de la sombra y vencer al espejo encantado.
LA MÁGICA MAÑANA DE HALLOWEEN
Profe Paco
Había una vez, en un pequeño colegio rodeado de árboles antiguos y misteriosos, una clase de primero de primaria que estaba muy emocionada por celebrar Halloween. Esa mañana, la maestra Cristina les había contado que iban a hacer un desfile de disfraces y, al final del día, tendrían una historia de terror en el salón oscuro. Todos los niños y niñas, con sus capas, gorros y maquillaje, se preparaban para vivir un día especial.
Sin embargo, algo raro comenzó a pasar. Justo cuando el sol empezó a ocultarse detrás de unas nubes, las luces del colegio parpadearon y luego, ¡pum! Quedaron completamente a oscuras. Los niños se miraron, un poco asustados pero también emocionados. “¡Esto es parte de la historia de terror!” dijeron emocionadas Isabella y María, que iban disfrazadas de brujas. Pero pronto se dieron cuenta de que no era una broma: la maestra Cristina también parecía sorprendida.
—No os asustéis, chicas y chicos. Voy a buscar una linterna en el salón de los profesores —dijo, mientras salía.
Pero cuando la maestra Cristina cerró la puerta, el ambiente cambió. Un frío extraño recorrió el salón, y algunos niños sintieron que algo andaba mal. De repente, en una esquina oscura, apareció una figura pequeña y peluda. Tenía los ojos amarillos brillantes y una sonrisa afilada, pero su tamaño era como el de un ratón. Todos se acercaron con curiosidad, y los primeros en hablar fueron Martín y Dani, que iban disfrazados de superhéroes.
—¡Hola, ratoncito! —dijeron, sonriendo.
Pero el “ratoncito” soltó una risita escalofriante y, antes de que nadie pudiera decir algo más, sus ojos comenzaron a brillar y, con una nube de polvo brillante, se convirtió en un pequeño duende verde, con una capa hecha de hojas y una sonrisa maliciosa.
—¡Yo no soy un ratón! ¡Soy el Duende Hojaloca! —exclamó en voz aguda—. ¡Bienvenidos al mundo de las Sombras de Halloween!
Antes de que pudieran preguntar de qué hablaba, unas sombras comenzaron a moverse en las paredes del salón. Primero apareció una bruja con un sombrero puntiagudo y una nariz torcida, que les lanzó una risa aguda. Luego, un esqueleto, con huesos que sonaban como si fueran campanillas de viento, comenzó a caminar entre las sillas. Y finalmente, un gato negro con ojos azules brillantes saltó desde la ventana y caminó lentamente hacia los niños.
—¿Qué está pasando? —le susurró Manuela a su amiga Ainhoa, temblando un poco.
El Duende Hojaloca hizo un gesto para que todos se callaran y dijo:
—Esta noche es mágica, y ustedes han entrado en mi salón encantado. Si quieren salir, tendrán que encontrar mi sombrero mágico escondido en el colegio, ¡antes de que den las dos en punto!
El reloj del salón mostraba que eran las nueve y media. Vera, Samara y Lola se miraron, un poco asustadas pero también emocionadas por la aventura. Tomaron de la mano a sus amigos y salieron de la clase en fila, tratando de no hacer ruido para no atraer la atención de las criaturas.
Caminaron por el pasillo, y en el aula de segundo vieron sombras de murciélagos revoloteando. Siguieron avanzando y en la biblioteca oyeron el susurro de hojas, como si alguien estuviera hojeando un libro enorme, aunque no había nadie allí. Finalmente, llegaron al gimnasio, donde vieron algo brillando en lo alto del escenario.
—¡Ahí está el sombrero! —gritaron Alma, Alai y Miguel Ángel, señalando una figura puntiaguda que parecía flotar sobre el telón.
Pero justo cuando iban a acercarse, la bruja apareció volando en su escoba y les bloqueó el camino.
—Para llegar hasta el sombrero, tienen que responder mi pregunta —dijo, con una voz que hacía eco en el gimnasio vacío—. Díganme, ¿qué cosa de Halloween es blanca, se arrastra y se oculta en la noche?
Los niños se miraron, pensando. Finalmente, Carolina y Nahia levantaron la mano y dijeron:
—¡Es un fantasma!
La bruja frunció el ceño, descontenta, y se hizo a un lado. Los niños, con rapidez, lograron bajar el sombrero mágico. Con él en las manos, corrieron de regreso al salón, donde el Duende Hojaloca los esperaba.
—¡Han ganado! —dijo, mientras sus ojos brillaban—. ¡Podrán volver a su mundo!
Y justo en ese momento, la puerta se abrió, y la luz volvió a encenderse. La maestra Cristina entró en la clase con una linterna en la mano.
—¡Chicos! —exclamó—. ¿Qué hacen aquí todos juntos en la oscuridad?
Los niños se miraron, sorprendidos. No había rastro de la bruja, el esqueleto, ni el gato negro, ni del sombrero mágico. Pero en el suelo quedaban unas hojas secas y un poquito de polvo brillante que parecía la marca del Duende Hojaloca.
Desde entonces, cada Halloween, la clase de primero de primaria recuerda esa mañana mágica y misteriosa. Y cuando alguien se atreve a decir que todo fue un sueño, se escucha una risita aguda desde algún rincón, como si el Duende Hojaloca aún estuviera cerca, esperando la siguiente aventura.
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